jueves, agosto 24, 2006

En el adentro

La incertidumbre era indescriptible, los nervios embarcaban con nosotros, pero el patriotismo lo llevábamos siempre. Era 1958 y el país estaba cada vez peor, la pobreza, la injusticia, cuanta impunidad quedaba por resolver. Por esto decidimos finalmente embarcar en la travesía, con sólo esperanzas y fe. Subimos y empecé a mirar todo, una vez arriba sentí la impotencia más grande que se puede sentir. Todos estaban desesperados por encontrar un lugar donde poder descansar, sabía que se venían tiempos difíciles. Me acomodé, era imposible estar cómodo, abría los ojos y sólo había caras y cuerpos, por todos lados éramos demasiados. Me preocupaba la cantidad de provisiones, como haríamos para poder comer todos, para aceptar que algunos tendríamos que aguantar el vacío en nuestras panzas algunas noches. Y los nervios, esos nervios malditos que no se me quitaban de encima. Mi panza no podía soportarlo más, el hambre, el fresco viento del océano, el movimiento del barco, todo empezaba a nublarse y de repente todo se vio oscuro. Abrí los ojos y empecé a hablar con el argentino que tenia al lado, no entendía porque él estaba allí ni tampoco entendía porque todos estaban tan felices y caminando por doquier a paso abierto. Mi “vecino” quiso entablar charla, pero no llegaba a entender lo que me decía. Por más esfuerzo que hacia, mis oídos parecían sordos. El dolor había desvanecido, todo parecía mejorar con el tiempo, hasta que él llego. Su rostro no demostraba muy buenas noticias y de un sobresalto sentí que volvía a la vida. Tenía a mucha gente a mí alrededor, todos me miraban. Hay que claustrofobia!, que encierro! Y este argentino que no paraba de preguntarme cosas, se parecía mucho a alguien pero nunca llegue a entender si lo había soñado o realmente lo conocía. El argentino me miraba, tocaba mi muñeca y me pasaba un aroma que yo rehusaba a oler. No terminaba de entender que había pasado, donde estaban todas las personas felices que yo había visto con mis propios ojos, toda esa seguridad de la gente al caminar a paso abierto por el barco. Deje de pensar por un segundo y solo observé. El nombre Grandma estaba grabado en todas partes, paredes, cuadros, techo, me sorprendía que tanta madera pudiera resistir a toda la embarcación. Pude notar que no había mástil y que la proa estaba inclinada. Desde mi lugar podía descubrir cosas que nadie podría haber visto, como por ejemplo un pequeño corazón que estaba tallado en madera, justo debajo de una diminuta ventana que había a mi costado, intenté imaginarme la historia de esa figura tan significativa para mí. Pero cuando traté, me dí cuenta que se me hacía difícil respirar, entonces con mucho dolor moví mi brazo, saqué la navaja como última hazaña y dentro del corazón escribí: Cuba.
Cerré los ojos, respiré profundo y sin nada más que decir ni observar, sentí un profundo dolor desde el pecho y supe que ese había sido mi final.

1 Comments:

At 9:42 p. m., Blogger DeboraProfe said...

Está muy bien. Como te comenté en clase, el haber elegido la primera persona para que narre un personaje anónimo fue un hallazgo, así como la descripción de su agonía y su confusión. La madera y el corazón como guiño para la identificación del episiodio, gran idea. En donde dice "El dolor había desvanecido" hay que corregir: o es "había desaparecido" o es "me había hecho desvanecer", o "me había desvanecido". Muy bien.

 

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